Los romanos propagaron como elemento unificador y
controlador su religión.
Primero, exportaron la Tríada Capitolina y más
tarde, el culto al emperador.
Sin embargo, también respetaron cultos locales,
muchos compatibles con el culto al emperador.
Desde el siglo I d.C. aceptan cultos mistéricos
procedentes del mediterráneo oriental, entre los que se encontraban el
mitraísmo y el cristianismo.
Desde finales del Siglo IV d.C. la Iglesia
cristiana colaborará en la romanización, aunque pierde su independencia.
Surgirán herejías como el priscilianismo o el arrianismo, que prenderán con
fuerza en Hispania.
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